14 noviembre, 2014


AL SERVICIO DEL ALMA

(Ensayo IV sobre la obra pedagógica de María Montessori)

Por Lic. Helvia M. Cesario Guglielmi


·       En espera de una revelación:

Bucear en el oceánico pensamiento y sentimiento de la Dra. María Montessori  lleva a un viaje de eterno retorno del niño al hombre y viceversa.  Y más aún de la Niñez,  a la Humanidad toda como especie.
¿Pero cuáles son los afluentes que nutren este mar océano?
Me lo pregunto, se lo pregunto a su ávida lucidez en cada lectura de su obra.

Tras reiniciar la búsqueda, detecto tres afluentes de profundo cauce:
1.         La naturaleza del  niño,  la Naturaleza  en el niño
2.         Lo que ella llama el “error educativo”
3.         Lo que ella denomina el “gran trabajo”

Ahora bien ¿cómo desembocan estos tres conceptos en su apelación general y final, a  lo pedagógico?:

1.-  La naturaleza del niño es específica y tiene características propias: necesidad de movimiento -“condición sine qua non de la vida”-,  obrar inteligente,  guía interior. Tres propiedades íntima y solidariamente ensambladas entre sí, para el desarrollo del niño.
Sin embargo podríamos decir que “el niño” como tal nos es des-conocido:
El término desconocido puede pensarse en dos sentidos: Desconocido por no alcanzarse  suficiente conocimiento de él, por tener un conocimiento inadecuado o incompleto; pero también desconocido por ignorado, por tratado con indiferencia -no diferenciado  de manera precisa de algún otro, como ser en sí mismo, con características propias-.
En esa naturaleza del niño hay,  un Gran Obrador que llega con cada recién nacido y que buscará expresarse en él.
Naturaleza en la que deberemos observar con genuino interés al Maestro Interior que guía el desarrollo de todo niño. Comprender sus leyes, su alta lógica, para responder con un Método Pedagógico adecuado a ese respeto.

2.- Reconocer con humildad y coraje que nos hemos equivocado en materia educativa, en tanto nos hemos equivocado como adultos al anteponer nuestros prejuicios a la observación amorosa del niño y la niñez que se expresa como forma específica de humanidad en él.
Que persistimos peligrosamente en el error; que tal error se ha expresado y se sigue expresando en la obsolescencia de la institución escolar, para quien el niño es –como he dicho- el primer desconocido.

3.- Considerar la tarea de la educación fuertemente ensamblada a un ordenamiento científico. De este modo prepararemos a las fuerzas de ocupación del territorio enemigo,  (al decir de María Montessori) “la guerra”. Así nos daremos la oportunidad de formar efectivos y eficaces “cuerpos de paz” que nada tendrán que ver con fronteras geográficas  o territorialidades de igual estilo, sino con campos de virtud científica y sociopolítica;  las primeras para construirlo y las segundas para sostenerlo e implementarlo. Ambas direccionadas al campo de la pedagogía, a la que han dejado relegada a un sitio de menor cuantía, a la que se deberá otorgar un sitial principal.


I.- El maestro y el sabio:

“El progreso práctico de la escuela exigiría una verdadera coordinación de orientaciones de estudio y de pensamiento de tal modo que atrajera a los hombres de ciencia a los campos elevadísimos de la escuela y elevase a los maestros por encima del nivel de cultura en que se encuentran hoy” (M. Montessori p. 17)
Para iniciar la enorme labor que propone, María Montessori considera al sujeto que lo llevará adelante;  tratando de comprender en qué deberá consistir su ethos.
Hace en ese camino de análisis una interesante distinción. Nos advierte sobre el error de dejar a los maestros a las puertas del conocimiento de las ciencias experimentales, con el riesgo de tornarlos mecanicistas, portadores de habilidades secundarias o auxiliares en la gran tarea, cuando los necesitamos protagonizándola en el nivel de lo que ella llama el  “espíritu del sabio”
“Creo que debemos buscar en el maestro más el espíritu que el mecanismo del sabio; es decir, la preparación del maestro debe orientarse hacia el espíritu y no hacia el mecanismo.”(p. 19)

De modo que este será el enfoque inicial; preparar al maestro en largos y adecuados ejercicios para la “observación de la Naturaleza”, pero con una fundamental proyección u objetivo superador del trabajo científico de “observar”. Cada maestro deberá estar ávido de humanidad, entrar más íntimamente en contacto con el objetivo de su trabajo y su interés: lo humano.
Pero avanza aún más y dice que no bastará con preparar el espíritu del maestro sino a la escuela como tal. Con insistente persistencia dirá: “es necesario que la escuela permita el libre desenvolvimiento de las actividades del niño”. Y agrega: “esta es la reforma esencial” (Montessori, p. 23).

Es esta sin duda su crítica más profunda a la escuela, que no logra comprenderla. En esta crítica está fuertemente anidado el concepto de “libertad”. ¡Que interesante su profundo análisis al respecto!, el que desnuda no solo la ignorancia y ausencia de ella  en la escuela sino también en la Pedagogía como ciencia.
Las consecuencias sociales –o para la moral social- de los premios y castigos, que la escuela no cesa de practicar como instrumento disciplinante, son parte de su preocupación. Un lastre del que la escuela no puede desprenderse y que la pedagogía incluye en no pocos de sus métodos.

Y nos informa finalmente que alcanzar el conocimiento de la verdadera psicología del niño es una labor imprescindible que solo y únicamente podrá realizarse por la vía del respeto a la libertad del niño y a la de sus fuerzas interiores en despliegue.


II.-“Yo os infundiré un espíritu y viviréis”:

Cuando María Montessori nos relata cómo fue su acercamiento a la Pedagogía Científica;  en la construcción de su Método, nos habla de cierta intuición, que la guió para buscar despertar en el alma del niño al futuro hombre que dormía todavía en él. Cree que no fue el material didáctico, como dijéramos antes: no la mecánica, sino algo mucho más poderoso,  lo que despertó a los niños y los indujo a educarse a través del material. Ese algo poderoso, fue su Voz.
Inmediatamente asocié este hecho con el sentido profundo de  la antigua leyenda inuit de “La Mujer Esqueleto”. 

“Él le entrega a ella el tambor del corazón.
Ella le entrega a él el conocimiento de los ritmos
y las emociones más complicadas que imaginar se pueda.
 ¿Quién sabe que cazarán juntos?
 Solo sabemos que recibirán alimento hasta el final de sus días.”
 (“La Mujer Esqueleto” C. P Estés)


Allí un pescador halla a la temible Mujer Esqueleto enganchada en las redes de su barca. Mientras él duerme aterido y aterrado, ella se acerca a beber de sus lágrimas y usando su corazón como tambor canta sobre los huesos logrando hacer nacer carne y sangre, vida y esperanza. Con ello salva su vida y la de Él, que dejará de ser un alma solitaria.
Tal la obra Pedagógica para María Montessori, “Yo os infundiré un espíritu y viviréis” parecen referirse a la obra directa individual del maestro que infunde ánimos, llama y ayuda al discípulo y le prepara para la educación” . Y con ello también la propia educación del maestro.

Su recorrido por las obras inspiradoras de Seguín e Itard,  le permitió elaborar su Método que constituiría una verdadera higiene de la personalidad humana normal, como lo denominará ella. Su método vendrá a trastornar la escuela como se la conocería hasta entonces. Trastorno que consideraba necesario en tanto la escuela tradicionalmente obraba en condiciones de vida anormales.
La base de su método –y de su canto sobre los huesos de una escuela raquítica- sería: la observación de la actividad espontánea del niño.

Mas, descubrió que no solo su voz debía operar en el alma del niño; debía infundir además,  Voz a los objetos: “la voz de las cosas” le llamará en su obra. Los objetos del ambiente preparado deberían tener tales cualidades –brillo, color, belleza, armonía- que parecieran “llamar” a los niños con más elocuencia que cualquier maestra, e invitarlos a actuar.
Por ello se preocupó por preparar las condiciones ambientales que hicieran posibles las manifestaciones del carácter natural de la infancia, influido siempre por un obrar inteligente. Para ella ayudar al completo desarrollo de la vida del niño y todo su esplendor intelectual será la labor esencial de la escuela.


III.- Antes y después: el silencio
 
“Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio.”
 (Proverbio hindú)


En su método María Montessori valora determinados sitios, tiempos, ubicaciones. Utiliza un término para ello: “colocación de las acciones”.

El desarrollo de todo niño se completa cuando, haciendo uso de su propia libertad, de su obrar inteligente, culmina solo la obra colocando lo aprendido en el sitio y circunstancia que hace de ese acto un acto de perfección.

Todo lo que rodea al niño deberá contar con cualidades fundamentales que hagan camino en aquel sentido: permitir la comprobación de errores, prestarse a la actividad del niño; contar con  límites que le eviten la desordenada acumulación de objetos permitiéndole economizar fuerzas, y finalmente -como ya he dicho- una estética que facilite la comunicación con el ambiente.

En este contexto, el silencio juega un muy interesante papel,  que María Montessori examina con una honda luz. Sus definiciones al respecto son dignas de meditarse y practicarse:
 “Más el silencio debe considerarse, de un modo positivo, como un estado ´superior´ al orden normal de las cosas, como una inhibición instantánea que cuesta un esfuerzo, una tensión de la voluntad, que se espera de los ruidos de la vida común, poco menos que aislada el alma de las voces exteriores.”
La concentración espiritual que logra el silencio para la actividad inteligente del niño, produce un goce en él que aumenta el gusto por la actividad y la buena comunicación con el ambiente que ha de explorar.



En las antiguas piedras:

María Montessori ha sido esencialmente una servidora del alma desconocida del niño. A través de ella hablan sus predecesores; pero superándose con voz más armoniosa y potente. Una voz que con su corazón como tambor y su mente como espacio de resonancia, me recuerda el fenómeno de las misteriosas piedras de Stonehenge
Dicen que en las antiguas piedras de Stonehenge se convocaban  los hombres a reunirse con algo más poderoso y alto que la reunión de todos ellos. En ese círculo de piedras por efecto de los tambores se generaba una acústica sagrada que comunicaba con Lo Alto.

María Montessori construyó con su obra, en cada llamado, en cada apelación, en cada retumbar y repiquetear de ciertas ideas un espacio que comunica un mensaje más Alto que otros que la precedieron, que compartieron con ella el camino o que la sucedieron.
La resonancia universal de su obra lo demuestra.



Leerla con especial disposición puede ser un volver al espacio sagrado, a algún particular Stonhenge  de y para Lo Pedagógico. 






Una experiencia Montessori : "3 hs. en 4 min." de un niño de 4 años