AL
SERVICIO DEL ALMA
(Ensayo
IV sobre la obra pedagógica de María Montessori)
Por Lic. Helvia M. Cesario Guglielmi
· En espera de una revelación:
Bucear en el oceánico pensamiento y sentimiento de
la Dra. María Montessori lleva a un
viaje de eterno retorno del niño al hombre y viceversa. Y más aún de la Niñez, a la Humanidad toda como especie.
¿Pero cuáles son los afluentes que nutren este mar
océano?
Me lo pregunto, se lo pregunto a su ávida lucidez en
cada lectura de su obra.
Tras reiniciar la búsqueda, detecto tres afluentes
de profundo cauce:
1. La
naturaleza del niño, la Naturaleza
en el niño
2. Lo
que ella llama el “error educativo”
3. Lo
que ella denomina el “gran trabajo”
Ahora bien ¿cómo desembocan estos tres conceptos en
su apelación general y final, a lo
pedagógico?:
1.- La
naturaleza del niño es específica y tiene características propias: necesidad de
movimiento -“condición sine qua non de la vida”-, obrar inteligente, guía interior. Tres propiedades íntima y
solidariamente ensambladas entre sí, para el desarrollo del niño.
Sin embargo podríamos decir que “el niño” como tal
nos es des-conocido:
El término desconocido puede pensarse en dos
sentidos: Desconocido por no alcanzarse
suficiente conocimiento de él, por tener un conocimiento inadecuado o
incompleto; pero también desconocido por ignorado, por tratado con indiferencia
-no diferenciado de manera precisa de
algún otro, como ser en sí mismo, con características propias-.
En esa naturaleza del niño hay, un Gran Obrador que llega con cada recién
nacido y que buscará expresarse en él.
Naturaleza en la que deberemos observar con genuino
interés al Maestro Interior que guía el desarrollo de todo niño. Comprender sus
leyes, su alta lógica, para responder con un Método Pedagógico adecuado a ese
respeto.
2.- Reconocer con humildad y coraje que nos hemos
equivocado en materia educativa, en tanto nos hemos equivocado como adultos al
anteponer nuestros prejuicios a la observación amorosa del niño y la niñez que
se expresa como forma específica de humanidad en él.
Que persistimos peligrosamente en el error; que tal
error se ha expresado y se sigue expresando en la obsolescencia de la
institución escolar, para quien el niño es –como he dicho- el primer
desconocido.
3.- Considerar la tarea de la educación fuertemente
ensamblada a un ordenamiento científico. De este modo prepararemos a las
fuerzas de ocupación del territorio enemigo,
(al decir de María Montessori) “la guerra”. Así nos daremos la
oportunidad de formar efectivos y eficaces “cuerpos de paz” que nada tendrán
que ver con fronteras geográficas o
territorialidades de igual estilo, sino con campos de virtud científica y
sociopolítica; las primeras para
construirlo y las segundas para sostenerlo e implementarlo. Ambas direccionadas
al campo de la pedagogía, a la que han dejado relegada a un sitio de menor
cuantía, a la que se deberá otorgar un sitial principal.
I.-
El maestro y el sabio:
“El progreso práctico de la escuela exigiría una
verdadera coordinación de orientaciones de estudio y de pensamiento de tal modo
que atrajera a los hombres de ciencia a los campos elevadísimos de la escuela y
elevase a los maestros por encima del nivel de cultura en que se encuentran
hoy” (M. Montessori p. 17)
Para iniciar la enorme labor que propone, María
Montessori considera al sujeto que lo llevará adelante; tratando de comprender en qué deberá
consistir su ethos.
Hace en ese camino de análisis una interesante
distinción. Nos advierte sobre el error de dejar a los maestros a las puertas
del conocimiento de las ciencias experimentales, con el riesgo de tornarlos
mecanicistas, portadores de habilidades secundarias o auxiliares en la gran
tarea, cuando los necesitamos protagonizándola en el nivel de lo que ella llama
el “espíritu del sabio”
“Creo que debemos buscar en el maestro más el
espíritu que el mecanismo del sabio; es decir, la preparación del maestro debe
orientarse hacia el espíritu y no hacia el mecanismo.”(p. 19)
De modo que este será el enfoque inicial; preparar
al maestro en largos y adecuados ejercicios para la “observación de la
Naturaleza”, pero con una fundamental proyección u objetivo superador del
trabajo científico de “observar”. Cada maestro deberá estar ávido de humanidad,
entrar más íntimamente en contacto con el objetivo de su trabajo y su interés:
lo humano.
Pero avanza aún más y dice que no bastará con
preparar el espíritu del maestro sino a la escuela como tal. Con insistente
persistencia dirá: “es necesario que la escuela permita el libre
desenvolvimiento de las actividades del niño”. Y agrega: “esta es la reforma
esencial” (Montessori, p. 23).
Es esta sin duda su crítica más profunda a la
escuela, que no logra comprenderla. En esta crítica está fuertemente anidado el
concepto de “libertad”. ¡Que interesante su profundo análisis al respecto!, el
que desnuda no solo la ignorancia y ausencia de ella en la escuela sino también en la Pedagogía
como ciencia.
Las consecuencias sociales –o para la moral social-
de los premios y castigos, que la escuela no cesa de practicar como instrumento
disciplinante, son parte de su preocupación. Un lastre del que la escuela no
puede desprenderse y que la pedagogía incluye en no pocos de sus métodos.
Y nos informa finalmente que alcanzar el
conocimiento de la verdadera psicología del niño es una labor imprescindible
que solo y únicamente podrá realizarse por la vía del respeto a la libertad del
niño y a la de sus fuerzas interiores en despliegue.
II.-“Yo
os infundiré un espíritu y viviréis”:
Cuando María Montessori nos relata cómo fue su
acercamiento a la Pedagogía Científica;
en la construcción de su Método, nos habla de cierta intuición, que la
guió para buscar despertar en el alma del niño al futuro hombre que dormía
todavía en él. Cree que no fue el material didáctico, como dijéramos antes: no
la mecánica, sino algo mucho más poderoso,
lo que despertó a los niños y los indujo a educarse a través del
material. Ese algo poderoso, fue su Voz.
Inmediatamente asocié este hecho con el sentido
profundo de la antigua leyenda inuit de
“La Mujer Esqueleto”.
“Él
le entrega a ella el tambor del corazón.
Ella
le entrega a él el conocimiento de los ritmos
y
las emociones más complicadas que imaginar se pueda.
¿Quién sabe que cazarán juntos?
Solo sabemos que recibirán alimento hasta el
final de sus días.”
(“La Mujer Esqueleto” C. P Estés)
Allí un pescador halla a la temible Mujer Esqueleto
enganchada en las redes de su barca. Mientras él duerme aterido y aterrado,
ella se acerca a beber de sus lágrimas y usando su corazón como tambor canta
sobre los huesos logrando hacer nacer carne y sangre, vida y esperanza. Con
ello salva su vida y la de Él, que dejará de ser un alma solitaria.
Tal la obra Pedagógica para María Montessori, “Yo
os infundiré un espíritu y viviréis” parecen referirse a la obra directa
individual del maestro que infunde ánimos, llama y ayuda al discípulo y le
prepara para la educación” . Y con ello también la propia educación del
maestro.
Su recorrido por las obras inspiradoras de Seguín e
Itard, le permitió elaborar su Método
que constituiría una verdadera higiene de la personalidad humana normal, como
lo denominará ella. Su método vendrá a trastornar la escuela como se la
conocería hasta entonces. Trastorno que consideraba necesario en tanto la
escuela tradicionalmente obraba en condiciones de vida anormales.
La base de su método –y de su canto sobre los huesos
de una escuela raquítica- sería: la observación de la actividad espontánea del
niño.
Mas, descubrió que no solo su voz debía operar en el
alma del niño; debía infundir además,
Voz a los objetos: “la voz de las cosas” le llamará en su obra. Los
objetos del ambiente preparado deberían tener tales cualidades –brillo, color,
belleza, armonía- que parecieran “llamar” a los niños con más elocuencia que
cualquier maestra, e invitarlos a actuar.
Por ello se preocupó por preparar las condiciones
ambientales que hicieran posibles las manifestaciones del carácter natural de
la infancia, influido siempre por un obrar inteligente. Para ella ayudar al
completo desarrollo de la vida del niño y todo su esplendor intelectual será la
labor esencial de la escuela.
III.-
Antes y después: el silencio
“Cuando
hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio.”
(Proverbio hindú)
En su método María Montessori valora determinados
sitios, tiempos, ubicaciones. Utiliza un término para ello: “colocación de las
acciones”.
El desarrollo de todo niño se completa cuando,
haciendo uso de su propia libertad, de su obrar inteligente, culmina solo la
obra colocando lo aprendido en el sitio y circunstancia que hace de ese acto un
acto de perfección.
Todo lo que rodea al niño deberá contar con
cualidades fundamentales que hagan camino en aquel sentido: permitir la
comprobación de errores, prestarse a la actividad del niño; contar con límites que le eviten la desordenada
acumulación de objetos permitiéndole economizar fuerzas, y finalmente -como ya
he dicho- una estética que facilite la comunicación con el ambiente.
En este contexto, el silencio juega un muy
interesante papel, que María Montessori
examina con una honda luz. Sus definiciones al respecto son dignas de meditarse
y practicarse:
“Más el
silencio debe considerarse, de un modo positivo, como un estado ´superior´ al
orden normal de las cosas, como una inhibición instantánea que cuesta un
esfuerzo, una tensión de la voluntad, que se espera de los ruidos de la vida
común, poco menos que aislada el alma de las voces exteriores.”
La concentración espiritual que logra el silencio
para la actividad inteligente del niño, produce un goce en él que aumenta el
gusto por la actividad y la buena comunicación con el ambiente que ha de
explorar.
En
las antiguas piedras:
María Montessori ha sido esencialmente una servidora
del alma desconocida del niño. A través de ella hablan sus predecesores; pero
superándose con voz más armoniosa y potente. Una voz que con su corazón como
tambor y su mente como espacio de resonancia, me recuerda el fenómeno de las
misteriosas piedras de Stonehenge
Dicen que en las antiguas piedras de Stonehenge se convocaban los hombres a reunirse con algo más poderoso
y alto que la reunión de todos ellos. En ese círculo de piedras por efecto de
los tambores se generaba una acústica sagrada que comunicaba con Lo Alto.
María Montessori construyó con su obra, en cada
llamado, en cada apelación, en cada retumbar y repiquetear de ciertas ideas un
espacio que comunica un mensaje más Alto que otros que la precedieron, que
compartieron con ella el camino o que la sucedieron.
La resonancia universal de su obra lo demuestra.
Leerla con especial disposición puede ser un volver
al espacio sagrado, a algún particular Stonhenge de y para Lo Pedagógico.