Para nosotros la pedagogía jamás dejará de ser, como nos enseñara Paulo Freire, “una aventura de revelación, una experiencia de desocultamiento de la verdad”, que hoy puede estar desfigurada en infinidad de discursos, disensos, intenciones.
Que puede estar atrapada en el escenario mediático, en las
lecturas que la televisión, la radio, la Internet los diarios y revistas hacen
de la realidad.
La escuela para nosotros tiene en ese sentido una misión precisa
e irrenunciable: la de actuar como faro de iluminación de las conciencias, para
dicha revelación. Comenzando con las propias para alcanzar efectivamente las
ajenas.
En ese esfuerzo por alcanzar la iluminación de las conciencias
no entendemos la existencia, y la lucha por mejorarla, sin el componente de la
esperanza
Al respecto nos decía el mismo Freire “Necesitamos la esperanza crítica
como el pez necesita el agua incontaminada. “ Pero agregaba que “Pensar que la esperanza sola
transforma el mundo y actuar movido por esa ingenuidad es un modo excelente de
caer en la desesperanza, en el pesimismo, en el fatalismo.”. Y advertía sobre la necesidad de
agregar a la esperanza crítica el soporte fundamental de la calidad
ética del trabajo. Cualquiera sea, el del ama de casa, el del profesional, el
del estudiante, el del obrero,….cualquiera sea.
Pensando en nuestro rol, sentimos el compromiso de ser a la vez
observadores activos y actores de los procesos culturales, sociales y políticos
en los que la misma escuela esta inmersa. Actuar críticamente para nosotros
implica la tarea de iluminar los problemas, lo que llamamos problematizar el mundo, para
buscar soluciones. Humildemente, para que nos alcance el valor que fuera
necesario hallar para resolverlos o actuar.
En estos años cualquier intento por iluminar nuestras
conciencias pone en primer plano un problema fundamental: la intolerancia. Manifiesta a
través de otros problemas hijos de la misma: la discriminación, la segregación,
la cosificación del semejante. Esa “cosa” que se opone a mis deseos, a mis
persuasiones, a mis intereses, a mi mundo. “Eso” que amenaza todo el sistema de
ideas con el que me han forjado y con el que he forjado “mi” mundo, que no es
–según voy descubriendo- todo el mundo.
Eso que me altera porque amenaza mi mundo: Ese: El semejante
diferente.
La escuela estuvo estos años participando con cierto dolor del
enfoque de este problema. Que es necesario iluminar. ¿Cómo puedo llamar
semejante al diferente? He aquí el problema. ¿Qué tiene de semejante “ese”
semejante?
¿Tendrá él también un sistema de ideas, una ideología, como lo
tengo yo, en el que habrá nacido y se habrá forjado, con razones propias,
interesantes de ser conocidas más profundamente? Conocer sus razones
¿enriquecerá mi propio sistema de ideas o lo destruirá? ¿Es tan pobre mi propio
sistema que pueda destruirse con más información y menos ignorancia?
¿Será el diferente, semejante a mí en sus necesidades básicas y
de trascendencia? ¿Lo será en que tiene deseos, frustraciones, incongruencias,
aciertos, que yo pueda comenzar a conocer y comprender… sin que eso signifique
necesariamente aceptar?
¿Será ese semejante diferente, mi interesante antagónico, mi
contracara necesaria para hacer más complejo el mundo? Complejo entendido como
“entramado” siempre vivo, como entretejido por infinidad de seres, fenómenos y
palabras.
¿Será ese diferente, hoy antagónico, siempre antagónico, en todo
antagónico, irremediablemente antagónico?. Conocerlo, respetando su humanidad,
¿destruye la mía?, ¿Nos separan las ideas o la ignorancia de ellas?
Si es propio de la condición humana el ser “inacabado” ¿No es él
un interesante desafío a mi condición de ser humano que necesita del Otro
diferente, para comprenderse mejor, para reconocerse, para acabar de
comprenderse?
¿No es él, en esto, semejante a mí? Si él fuera destruido, ¿qué
se iría de mí con él? Seguramente la posibilidad de conocerme mejor, de
reconocer mi propia identidad, lo que me hace a mi, diferente a otros.
Aquí no podremos agotar las preguntas y respuestas a cuestiones
tan profundas. Pero podríamos reflexionar sobre la necesidad de hacer de la
escuela ese “humus” rico en preguntas y respuestas con los que hacer de este
mundo, un mundo más luminoso, un mundo que vuelva a esperanzar.
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